Perder la batalla de la
política nos lleva como sonámbulos a conspirar en favor de una tragedia
evitable, que para nosotros hoy es el Estado fallido
ASÍ se titula, The Sleepwalkers, el que
puede considerarse el mayor acontecimiento editorial relacionado con la
gran efemérides que se acerca con el verano de 2014. Conmemoraremos los
cien años de las fechas que supusieron una profunda quiebra en la
historia y la civilización humana. El centenario del comienzo de la
Primera Guerra Mundial se abre el 28 de junio con el día de San Vito,
cuando se cumple el siglo desde que un joven nacionalista serbio
asesinaba en Sarajevo, al heredero del trono imperial y real de
Austria-Hungría, archiduque Francisco Ferdinando. Después llegará el
centenario del ultimátum a Serbia el 23 de julio, del llamamiento a
filas en los diversos países implicados y el comienzo de la guerra el
día 1 de agosto.
Cuatro años y 17 millones de muertos después, el mundo
en nada se parecía a aquél que había comenzado esta guerra como si fuera
una más. En el transcurso de aquella, la primera y larguísima
carnicería moderna, desapareció la civilización del orden y la jerarquía
tradicional. Y surgió otro, el mundo de las masas en rebelión, de las
tiranías totales, de las ideologías redentoras y del crimen absoluto.
Cuando callaron las armas en noviembre de 1918, estaban ya sembradas en
las tierras batidas por la artillería y anegadas en sangre, todas las
condiciones para el más brutal y asesino de los siglos de la historia de
la humanidad, el XX.
El libro de Christopher Clark es, todos coinciden, una
gran obra. Al nivel del clásico de John Keegan, los propios escritos de
Churchill sobre la Gran Guerra o La Historia de la Primera Guerra Mundial
de David Stevenson y otros. Pero si es líder en ventas en todo el
espacio cultural alemán en Europa es por una originalidad a añadir a su
calidad innegable. Y es que Los sonámbulos es el primer
libro dentro de la inmensa bibliografía anglosajona sobre aquella
contienda, que no atribuye a las potencias centrales toda la culpa de la
guerra. Clark hace una muy impresionante descripción de la evolución
política y geoestratégica europea desde la unificación alemana 1871.
Salta con virtuosismo desde la microhistoria de acontecimientos
diplomáticos, políticos y militares a la macrohistoria de los
corrimientos de poder y descompensaciones de intereses. Y teje Clark una
realidad, en la que todos los actores, con mayor o menor buena fe y
acierto, pasiones más bajas u objetivos más excelsos, entran en una
especie de terrible rondo histórico en el que nada está o estuvo
predeterminado, pero en el que una fatalidad terrible e implacable va
ajustando todas las piezas en la posición terroríficamente adecuada.
Para encajar en una situación que al final hace lógico,
sin haber sido nunca inevitable, el dramático resultado habido, la
guerra, la carnicería, la inmensa tragedia humana y el naufragio
cultural. La fatal concatenación de contingencias en aquel inmenso
pantano de fatalidad acumulado en años previos a los disparos de un
insignificante nacionalista serbio. Que rompe diques y arrasa en cuatro
interminables años de infinita crueldad con una generación entera de
jóvenes de los países contendientes. Y deja todo el continente anegado
para que durante el siglo casi entero no se pudiera salir del lodazal de
odio, fanatismo e ideologías criminales. Nadie lo esperaba, nadie lo
podía esperar. Lean nuestros políticos Los sonámbulos.
Léanlo los que juegan con fuego y agitan las peores pasiones y los
instintos más bajos, los que hacen arriesgados cálculos para arañar algo
más de poder, los insensatos y delincuentes que reactivan ideologías
fracasadas y criminales. Y los indolentes, ciegos y sordos. Perder la
batalla de la política, igual que el hundimiento económico, nos lleva
como sonámbulos a conspirar en favor de una tragedia evitable, que para
nosotros hoy es el Estado fallido.